Un escrito de Gustavo Yepes
FANTASMAS EN LA CALLE
Los represores se encuentran prestos a salir,
una vez más, a cumplir la labor que le encomiendan, desde sus cápsulas de
cristal, aquellos que temen que se les rompa el cristal.
Yo los entiendo y también perdono a muchos de
ellos. Algunos, los que no tienen perdón, están emocionados ante una nueva
batalla para exterminar al enemigo. Aprendieron a odiarlo en la más pura
tradición del asesino en serie conocido como el Che, paradigma del hombre nuevo
del oprobioso régimen. Otros lo hacen porque no tienen más remedio. Las razones
son infinitas. Muchos de ellos tienen miedo, por ellos mismos o porque saben
que del otro lado están sus padres, sus hermanos, sus hijos. Sean cuales sean sus
motivaciones y sus temores, se sienten poderosos, protegidos por su arsenal
mortífero y su zoológico de terror conformado por ballenas, rinocerontes y
murciélagos.
La batalla va a comenzar. El enemigo comienza
a avanzar empuñando las temibles armas de la verdad y la palabra. Eso no es
permisible para los que no quieren, no pueden, abandonar el poder que le ha
dado dinero y lujos antes inimaginables. La orden es emitida y llega la hora de
reprimir a la multitud que grita obstinadamente ¡Venezuela! ¡Libertad!. A
partir de ese momento, los represores se enfrentan con los fantasmas de la
calle.
Una joven que reta al represor a bajarse de
su tanqueta es el fantasma de la valiente mujer venezolana, libertaria que pare
libertadores y que lucha por un país mejor para sus hijos nacidos o por nacer.
Un escudero con su protección de juguete es
el fantasma del joven venezolano que se coloca en la línea de fuego para
proteger a sus padres, a sus abuelos, a
sus hermanos que se encuentran en la retaguardia exigiendo libertad y justicia.
Un violinista que no para de tocar su
instrumento es el fantasma de una multitud de jóvenes que saben que el arte, no
la guerra, representa el verdadero futuro. Cuando le rompen el violín, este se
multiplica y le llueven nuevos instrumentos musicales de paz. Cuando logran
callar el himno, este comienza a resonar en otros instrumentos y en las
gargantas del pueblo glorioso que el yugo lanzó.
Un médico que es lanzado al suelo es el
fantasma de una multitud de profesionales de la salud que arranca de las garras
de la muerte, labor no siempre exitosa, a los millones de venezolanos que están expuestos a la falta de
medicamentos y de alimentos y a las heridas de la guerra diaria en las calles.
No sé si el represor sabe que esa misma bata blanca algún día lo salvará a él o
a sus seres queridos. Los que ordenan la represión no tienen ese problema.
Ellos van a las mejores clínicas del mundo o se refugian en la clínica
particular de su amo antillano.
Un joven que se desnuda es el fantasma de los
millones de venezolanos que estamos dispuestos a despojarnos de nuestros
temores para recuperar la libertad secuestrada. También es el fantasma que
atemoriza a los tiramos que han quedados desnudos frente a un mundo que solo
espera su momento para cobrarles los delitos contra la humanidad.
Una señora que se enfrenta a la tanqueta es
el fantasma de todos los adultos mayores que apoyamos a nuestros hijos y nietos
para que tengan un futuro en libertad que sea aún mejor que nuestro pasado, no
exento de problemas, pero en libertad.
Un niño que sale a las calles a protestar con
su franela azul o beige es el fantasma del futuro, de quien quiere vivir en el
país que no ha conocido y se le pretende negar, que solo necesita comer y
aprender lo necesario, no para sobrevivir, sino para alimentar su cuerpo y su
mente para poder reconstruir el país herido que recibirá como herencia.
Un comunicador que sale a hacer su trabajo
vestido con pesadas armaduras y un diminuto micrófono es el fantasma de la
libertad de expresión que se filtra a través de las prohibiciones y las
amenazas para que el mundo sepa la verdad verdadera y no la inventada por
quienes no tienen otra opción que decir mentiras cada vez más grandes y
ridículas.
Un dirigente que es agredido es el fantasma
del nuevo dirigente, el que esperábamos, el que se despoja de su color para
adoptar los colores de la bandera, el que se pone delante de nosotros y de
frente al opresor, mientras los dirigentes rojos sólo se atreven a ponerse en
frente de una cámara, rodeados por cientos de guardaespaldas.
Cada compatriota que aún no se ha atrevido, o
es indiferente, es el fantasma del que
se atreverá a engrosar la fila de los millones de venezolanos que hoy solo
exigimos y gritamos ¡Libertad!
Hay un fantasma más. Cada venezolano que ha
fallecido como consecuencia de las políticas o la represión del régimen, es el
fantasma que pesará en la conciencia de los asesinos y de sus cómplices y son
nuestro aliciente para recuperar la democracia y la libertad. Ese día llegará y
sabremos perdonar a muchos de ellos a la vez que exigiremos justicia para
quienes no merecen perdón. Todos sabemos quiénes son unos y otros.
A todos estos fantasmas se enfrentan los
represores. Después de cada batalla en
la calle, ellos no tienen más remedio que enfrentarse a la batalla de su
conciencia con sus fantasmas interiores.
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