“Los pies descalzos”
¿Habrá futuro para las caminatas ecológicas?
Decana de Ingeniería
Ambiental
Escuela Colombiana de
Ingeniería
Julio Garavito
Hace días en medio de una caminata ecológica,
pensaba en la cantidad de personas en el mundo con extraordinaria capacidad de
reducir los impactos sobre el medio ambiente. Nuestra caminata no era ecológica
por la cantidad de maravillas que apreciamos, entre quebradas y riachuelos,
entre cascadas y cuevas con murciélagos, entre especies de hongos que jamás
habíamos visto, entre mariposas y paisajes con leyendas fascinantes. Nuestra
caminata era ecológica, porque tenía como propósito recoger los desechos que otros
han dejado durante años en estos encantadores senderos. Con guante en mano y
bolsas de basura recogimos toda clase de desechos y los resultados de este
ejercicio fueron más que interesantes.
En primer lugar, llamó la atención que la
mayoría de desechos recogidos eran papeles de dulces, cajitas de jugos y otros
elementos cuyos dueños parecieran ser los más pequeños. Es decir, pequeños
niños con la fortuna de disfrutar estos senderos naturales, pero que carecen de
los valores necesarios para conservar lo natural. Detrás de esto, padres y
madres, maestros o hermanos mayores sembrando en los niños las semillas de un
futuro no muy esperanzador.
La cantidad de botellas plásticas tamaño
familiar y de platos desechables, sugerían escenarios con familias enteras
disfrutando de estos paisajes, pero sin reparo alguno en dejar sus desechos en
medio de las plantas y de los árboles que tanto disfrutaron. Un urgente llamado
a recordar que las soluciones no siempre son de gobierno, que no es un
presidente o una buena mesa de senadores lo que nos llevará a generar los
cambios que necesitamos. Es el núcleo de la familia, esa relación enseñanza
aprendizaje entre padre e hijo, la que logrará algún día, si así lo decidimos,
generar cambios de comportamiento en la sociedad.
También recogimos gran cantidad de bolsas
plásticas con alto grado de descomposición. Es probable que estos residuos no
hayan permanecido por meses, sino por años alterando el impecable escenario de
estos ecosistemas, que deberán esforzarse por más de 100 años para absorber
cada plástico que tardamos un segundo en abandonar. También es probable que
cientos de turistas y miles de locales hayan pasado por allí señalando el
resultado de la mala educación de otros, pero los residuos permanecen allí, en
donde los dejaron. Esto recuerda la
necesidad de pasar de la opinión a los hechos. Necesitamos generaciones que más
allá de opinar y de compartir su desaprobación e inconformidad, de protestar y
exigir los cambios que quisieran ver en otros, tengan la suficiente humildad
para inclinarse y recoger lo que otros han dejado, para ser verdaderos agendes
de cambio.
Al final de dos caminatas de un par de horas
cada una, tres turistas bogoteños contábamos con la experiencia de una buena
caminata a tan sólo minutos de Bogotá, y con cinco grandes bolsas de desechos
que apenas podíamos cargar. Ahora
teníamos el reto de saber en dónde dejar estas bolsas de basura que no tenían
lugar en una zona rural en donde la basura debe ser llevada hasta el pueblo
cada ocho días, ni podían ser acomodadas en nuestro pequeño carro para
llevarlas hasta Bogotá. Aquí es en donde entran el gobierno y la ingeniería a
jugar un rol importante, ya que el destino de estos desechos determinará si
nuestra buena intención resultó ser para bien o para mal.
Con el fin de dimensionar los resultados de
este ejercicio casero y de destacar el potencial de acción de una población
consciente y dispuesta, quiero hacer referencia campaña Colombia Limpia
liderada por el Ministerio de Comercio, con la que se recogieron 167 toneladas
de residuos en destinos turísticos seleccionados entre 2015 y 2017, con un
costo de $2.690 millones de pesos. Es decir, unos $16.000 por Kg de residuo
recolectado. En el 2018 esta campaña invertirá $1.490 millones de pesos en
recolección de desechos en zonas turísticas.
Sin desconocer el gran valor de esta
iniciativa del gobierno, vale la pena considerar que si 3 voluntarios consiguen
recoger unos 10 Kg de residuos en 4 horas y sin costo alguno para el Estado, el
potencial de colaboración voluntaria por parte de la sociedad es de apreciar. A
su vez, es una forma de compartir con el Estado el costo de preservar nuestro
medio ambiente, específicamente en zonas naturales no consideradas de valor
turístico.
En una era en donde el desarrollo tecnológico
va a la velocidad de millones de personas dedicando sus vidas al estudio, a la
investigación y a la innovación, tal vez la pregunta no es qué podemos hacer,
sino qué queremos hacer y cómo podemos aportar uno a uno, pasando de la palabra
a la acción.
Para nuestros lectores, la invitación es a
visitar nuestras playas y lagos, nuestros bosques y praderas, nuestros
maravillosos ecosistemas a sólo minutos de las grandes ciudades, pero con una
bolsa en la mano y con humildad para decir: me encargaré de recogerlo.
Agradezco a mi guía turístico, Iván Romero y al Dr. Andrés Bernal, por apoyar
esta iniciativa.
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